Por Roy Rojas / @Royswell_
Fotos Fresale
A Blonde Redhead lo persigue un fantasma, la pieza angular en su trayectoria, llamado 23. El trío es mucho más que un álbum o un tema, tienen un repertorio de canciones brillantes, pero cuando tocan «23» es un punto y aparte, el tiempo se detiene y los ojos se convierten en lentes que observan en cámara lenta. Podrían tocar sólo esa canción y el público estaría satisfecho. Es todo un momento. Eso sucedió en El Plaza, expusieron una obra de arte al final de su set¡Twenty Three!, ¡Twenty Three!, ¡Twenty Three! y el público la contempló boquiabierto, algunos la habían gritado mucho antes. – Cuando sonó el primer riff de ese tema, ese punteo que deja tras de sí un eco, los asistentes lanzaban alaridos de alegría.
Kazu Makino, la cantante japonesa, dejaba ver sus piernas con movimientos lentos, cadenciosos y sexys; su cabello la seguía al compás; Amedeo Pace usaba la guitarra como si fuera una parte de su cuerpo, algo completamente natural, y su hermano Simone golpeaba sólidamente la batería, con una confianza que sólo te da el conocer perfectamente tu instrumento. Makino hacía el coro, el público también, Amedeo se volteaba, algunos grababan con sus celulares, otros se movían en sus pequeños espacios y todo acabó con la última palabra de la canción que le da título al tema: «23».
Algo en el rostro de Kazu Makino hacía sentir especial al público cuando se despidieron, ella arrojó besos, inclinó varias veces el rostro, lo hizo en todo el escenario y muchas manos hacia arriba le regresaban parte de lo que el trío había dejado en ellas: emociones de los pequeños detalles en su música, algo de la tragedia épica italiana y un poco de la calma que transmite la voz de Makino y de Amedeo Pace.
La presentación de Barragán en El Plaza fue algo para sentir en la piel, desde la elección de temas, el orden y la manera en que Blonde Redhead tomó el espacio y construyó a partir del silencio, de la pausa, del espacio, de la contemplación, de los intersticios entre un sonido y otro. Pequeñas obras artísticas. En “Love Or Prison” dibujaron una forma circular, la canción que nace de pequeños ruidos, empezó similar al álbum… Amedeo se puso en el sintetizador y desde ahí generó la atmósfera, los beeps espaciales, la ondulación que va y viene, y terminó justo como al principio, con el goteo electrónico.
Cuando dejaron el escenario tras tocar «Spring And By Summer Fall» ya habían presentado «Barragán», «Lady M», «Falling Man», «Hated Because Of Great Qualities», «Doll Is Mine», «Dripping» e «In Particular», ya se había visto a Simone con la baqueta en la boca mientras la otra estrellaba contra la tarola, o estirando y cruzando los brazos para golpear platillos a cierta velocidad y con determinada fuerza. Imprimiendo parte de sí en cada canción. Vestido como su hermano, con jeans ajustados y camisa fajada (italianos derrochando estilo), Amedeo daba medios círculos en su eje mientras hace rasgueos sobre las cuerdas, cantaba hasta que se le iba la voz, le saltaban las venas del cuello y lanzaba miradas hacia las luces.
Así que volvieron e hicieron una versión fantasmal de «Here Sometimes», atmosférica en su totalidad. Qué momento. Simone inclinado en su batería, con el rostro hacia abajo, sin moverse y una luz caía sobre él, Kazu a la mitad del escenario con el micrófono en mano. Un cuadro para enmarcar y colgar sobre la pared. Tres temas más, «The One I Love» y «Defeatist Anthem (Harry & I)», este último sólo incrementó la melancolía, la voz suave arrastraba lentamente las cabezas de los asistentes al derrotero trágico, y después, sí, después tocaron «23».