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COBERTURA

Red Hot Chili Peppers y su tremendo show de luces en el Palacio de los Deportes

Por Jergas
Fotos Fernando Aceves / OCESA

Son las 6:30 de la tarde. Rodolfo quedó de pasar primero por Tania, y después por mi. El plan era llegar a las siete a casa de Pelayo, quien vive cerca de Metro Velódodromo, en la Balbuena, y nos presta su cochera para hacer más ágil la llegada y la huída del Palacio de los Deportes.

Rodolfo y yo nos conocemos desde los trece años, crecimos juntos en la misma colonia, y fue con él con quien descubrí el Californication de los Chilli Peppers. Los dos sentados en mi sala viendo MTV, después de jugar Nintendo 64, enamorándonos de la banda mientras atravesaban un mundo virtual en el video musical de la canción que le da título al disco.

Luego conocimos a Tania, quien siempre presumió que conoció a los Chilli Peppers “antes que fueran famosos”. Según ella, compró el sencillo de «True Men Don’t Kill Coyotes» a un amigo de su papá que a finales de los ochenta se dedicaba a traer fayuca al país. (Cáaamara, Tania) Siempre le creímos porque nos llevaba cinco años de edad, hecho que le daba autoridad moral sobre nosotros.

Entramos a las gradas. Un poco más hacia la izquierda y estaríamos viendo de frente al escenario. Termina el jam, empieza «Around The World». Uhhhhhhhhhhh, grita Tania, pero creo que en realidad fuimos los cuatros a canon.

Antes de que nos pueda dar sed para pedir la primera cerveza todos quedamos sorprendidos por la estructura de luces que cuelga del techo, extendida desde el escenario hasta la consola central. Tubos de luz subiendo, bajando, cambiando de color, coordinando secuencias para crear formas geométricas en el aire, un espectáculo.

Vemos volando vasos con lo poco o mucho que les quedaba de cerveza, sincronizándose con los primeros guitarrazos de «Scar Tissue». Mira, esa chava se está durmiendo, dice Tania. Le suelto una risa. Está cantando con mucho sentimiento, le contesto. Esa es la forma correcta de cantarla, cancelando la vista, sumándole sentimiento.

Mientras suena «Blood Sugar Sex Magik», Rodolfo me pregunta si recuerdo cuando Will Ferrell y Chad Smith se enfrentaron en una competencia de batería, dado su impresionante parecido. En ese momento se comenzó a tejer una teoría de conspiración entre nosotros. ¿Qué tal si ese que vemos en el escenario es Will Ferrell? Tal vez decidió que su manera de lidiar con la crisis de los cincuenta era entrar a una banda de rock, logrando un trato con Chad Smith para tocar algunos conciertos como su Doppelganger.

Californication nos impide continuar elaborando rutas alternas y consecuencias a la teoría Red Hot Chilli Ferrell, como la nombramos. Nos levantamos del asiento, cantando con la banda, rebotando en nuestro lugar al ritmo que lo hace Anthony Kiedis en el escenario.

Comenzamos a cantar «Under The Bridge». Y de repente una de sus estrofas se convierte en el inicio de «By The Way». Explota la gente, explotamos nosotros. ¡Es Frida! grita Tania. La rescatista labrador inicia el fin del concierto. Su foto es seguida por otras de manos cargando una camilla, puños en alto, abrazos reconfortantes, miradas temerosas pero decididas.

México. Todos gritamos MÉXICO. Una y otra vez. Ellos ya no están en el escenario. Ahora nosotros somos el acto principal.

Josh Klinghoffer sube de nuevo al escenario. Un tributo más, ahora a Tom Petty. Rodolfo reconoce la canción, «A Face In The Crowd» me murmura al oído porque ahora estamos en silencio escuchando sólo la guitarra y voz de Josh.

Sentimos venir el final porque Give It Away es parte de la selección musical y ya tenemos dos horas en el Palacio. Los cuatro amigos nos abrazamos, unidos por nuestro cariño por esta banda. ¿Hubiéramos sido amigos si no existieran los Red Hot Chilli Peppers? pregunta Pelayo.

Nadie le contesta. Tal vez no necesitamos saber la respuesta.

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