Por Cristina Salmerón
Fotos de Rodrigo Jardón
Para ir a escuchar a los neoyorkinos de A Place to Bury Strangers es necesario estar preparado para lo rudo, para que los músicos se lancen entre el público, para ver cómo destruyen sus instrumentos en cada rola, literalmente, y para una sesión de noise energético que pondrá a mover la cabeza y armar el slam.
Así fue la noche de esta banda de shoegazing, compuesta por Oliver Ackermann, cantante y guitarrista, Dion Lunadon, bajista y coros, y el baterista “Jay Space» Weilmeister, donde casi logran llenar el Pasagüeron, pero lo que sí consiguieron fue dejarlo repleto de sonido y mandar a dormir a todos con un ligero pitido en los oídos.
Al inicio del concierto, parecía raro ver cómo ellos mismos ecualizan sus instrumentos y vuelven al camerino dejando botados en el suelo la guitarra y el bajo. Con el paso de las rolas, el espectador va descubriendo porqué tan poco cuidado: porque los instrumentos duran lo que dura el show.
Ya con tres discos, estos güeros vinieron al D.F. a demostrar por qué gustan tanto sus roas ruidosas como “In Your Heart”, “Keep Slipping away”, “Your are the one” o “Dead Moon Night” (cover de Dead Moon), que fueron las más coreadas.
Durante “Drill it up”, Lunadon se paró en las vallas que sostenían al público y se dejó caer sobre esa multitud que lo levantó con los brazos y él, desde ahí lanzó el bajo al escenario.
Las distorsiones de los instrumentos elevaron el volumen y al llegar el momento de tocar “I Lived My Life to Stand in the Shadow of Your Heart”, todo enloqueció, los músicos comenzaron a azotar la guitarra y el bajo contra el piso del escenario, el baterista a aporrear la tarola y los platillos con las baquetas. Debajo había gritos, cuerpos sudorosos bailando y mucha diversión.