Foto José Jorge Carreón / OCESA
Por Wally Bonanza
Lo más preciado que atesora una banda a lo largo de los años se resume en un aspecto: su público. Doble fortuna saber que a ese grupo al que juraste devoción musical eterna comparta el mismo sentimiento 20 años después. Justo esto quedó demostrado en la noche del 8 de septiembre en el Pepsi Center con Travis.
Quienes estuvimos allí vivimos picos emocionales que pasaron inicialmente por nostalgia al ver la barba de Fran Healy con el perfecto estilo de David el Gnomo; goce absoluto como adolescentes cuando Andy Dunlop rasgaba su guitarra alrededor de los amplificadores; o qué tal la melancolía de escuchar “Happy” y “All I Want to Do Is Rock” del álbum debut y para cerrar con broche de oro una liberación de adrenalina al saltar más de dos minutos seguidos.
Una de las tantas virtudes que tiene Travis es que puedes escuchar cada uno de sus álbumes y no notar la diferencia en los años. Es cierto, se forman cada vez mejor con las canciones pero sabes a qué suenan, pues son totalmente reconocibles. Agradeces que no mancharon sus sonidos con otros artistas que diseñan sus canciones para escucharse brevemente en un antro y después olvidarlos tras su one-hype-wonder.
Aquello marca una diferencia abismal a la hora de presentarse en vivo. Lo único que necesitan es pararse, tocar y agradecer el apego que su público mantiene después de años. Fue un concierto memorable y deleitoso en todos los sentidos (hasta el audio del venue no falló). Travis dio todo en el escenario como si fuera su primer concierto o 2001 en Glasgow. Sin embrollos, Healy demostró una vez más que basta con tener amor a la música para posicionarse como uno de los mejores frontmen de la historia que por lo menos una vez en la vida tienes que verlo.