Por Carlos Verastegui
Del la tierra de los Angeles al mar de Arena.
El viaje en realidad inicio el jueves, con una pequeña escala en las ciudad de Los Ángeles; ciudad que para muchos es un cliché (para todos lo que creen que tan solo es la Meca del cine) para otros es multifacética al tener en una misma área metropolitana tanta diversidad que va desde la playa hasta el glamour, pasando por el arte, la buena comida y ese innegable espíritu mexicano que cada vez es más palpable ya no como algo incomodo, sino como una herencia
que se ha sabido aprovechar para darle aún mas sabor y vibra cosmopolita a este nido urbano que en muchos momentos y espacio se siente como la ciudad más cercana al DF.
En esta primera escala la ciudad nos recibió con gran comida, una visita al MOCA, la noche de art walk y un concierto de industrias creativas islandesas protagonizado por GusGus; nada mal para un primer día que prometía un viaje con anécdotas y mucho sazón para el platillo principal: Coachella.
Para el viernes, el viaje inicia al medio día, una gran desayuno y una pequeña caminata antes de tomar camino al desierto. El camino se antojaba difícil con una gran cantidad de tráfico en todo momento que nos hace reflexionar un momento sobre lo primitivo de nuestros sistemas de transporte y sobre la ineficiencia para activar mejores procesos de traslado y comunicación en EUA, donde existe un mar de gente que se dirige a un mismo destino, cada uno por su cuenta en su auto en lugar de compartilo para explotar el famoso ‘carpool’. En fin, sólo es una breve reflexión en medio de la diversión.
La primera parada fue en Indian Wells para recoger credenciales mediaticas, el lugar de los campeones del tenis se convierte por dos fines de semana en el spot donde las operaciones de uno de los mayores festivales de EUA se ejecutan, desde aquí arrancamos ya con prisa al Empire Polo Field con la ilusión (muy ficticia) de aun alcanzar
un poco del set de Erol Alkan… logramos llegar a tiempo pero el mar de coches, los múltiples estacionamientos, etc etc hacen que el ideal se convierta en imposible.
Logramos llegar para disfrutar un poco de The War on Drugs, banda en la que en ocasiones tocaba Kurt Vile, que el año pasado sorprendió a la critica y al publico en general con un gran disco, su sonido crudo pero sencillo recuerda a bandas como Pearl Jam o Tom Petty, banda perfecta para la tarde que cae y la temperatura que se pierde en el frio del desierto nocturno.
Seguimos con Alabama Shakes quien no evita la nostalgia, nos pone frente a Janis Joplin, Lynyrd Skynyrd y todo sureño americano, nos hace pensar y sentir las raíces de Estados Unidos a través de su música, que dentro de su sencillez y gran calidad compila una gran historia tanto musical como social de este país.
Regresamos al escenario principal para Interpol, la alguna vez considerada mejor banda del momento sigue teniendo algunos detalles que denotan el porque de ese mote. Suenan maduros, sólidos, Paul Banks con chaqueta de serpiente parece hacer honor al desierto y con un breve set que abarco ya clásicos como «Evil» hasta sencillos del El Pintor, lograron honrar al público que ya se acomodaba para ver a Tame Impala -o más bien- a AC/DC, Esto nos hace pensar sobre el inexorable paso del tiempo y cómo la banda que hace 10 años cerraba escenarios en festivales como Lollapálooza, hoy toca antes que los australianos que quizá los fueron a ver cerrar esos festivales (nos referimos a Tame Impala por supuesto).
Cruzamos el campo de polo para ver a Caribou, quizá uno de los actos más propositivos de los últimos años, Dan Snaith, líder de este proyecto, descubre su calidad se percibe comodo en el escenario, cada nota mejor que la anterior. «Our Love» pone el baile en el aire y la vanguardia musical abre la puerta para hacernos sucumbir ante
hipnóticas notas musicales, «Odessa» es el punto culminante del set donde logra tener al publico al vaivén de su música, acaba su acto que será uno de los mejores de este fin de semana.
Cambiamos de escenario para ver a Todd Terje, en el camino escuchamos un poco de Tame Impala, se antoja ir a escuchar su psicodélica infusión pero el cuerpo resiste para respetar el plan y escuchar a Terje, parece una decisión delicada y muchos dirían que sin duda Tame Impala hubiera sido la decisión indicada, sin embargo Todd Terje se lleva las palmas con ejecuciones impecables, sonidos del trópico con toques electrónicos, coreografias de colores y sabores se coronan como el highlight del día, quizá esa corona fue colocada por el mismo Bryan Ferry que se da el lujo de pasear por el escenario solo para cantar «Johnny and Mary» de su colaboración con Terje, cover a Robert Palmer.
El día ya era redondo pero la satisfacción final aun estaba por llegar: AC/DC.
¿Qué podría dar o enseñar esta banda a Coachella? Esa era la pregunta. La respuesta fue entregada en alrededor de dos horas de ejecuciones espectaculares, una banda de más de 40 años enseñaba a la generación millennial que lo que importa es el rock, no el rock como lo imaginamos sino como momento, como pasión, como estilo de vida, como filosofía.
Dejan en el escenario todo inclusive sangre que sin exagerar fue derramada por Angus Young durante su épico solo de guitarra que lo llevo de rodillas por el escenario quedando estas en carne viva símbolo inequívoco de su vida, de la pasión que puede trasmitir con sus dedos a través de las columnas de Marshalls que conformaban el escenario.
AC/DC dio cátedra de porque son ellos y no nadie más quien cierra el escenario del festival más importante de EUA, de porque las leyendas vivas son pasión y de como son creadores de himnos que trascienden edades, generaciones y momentos. Sus canciones «TNT», «Highway to hell», «Back in Black», «Dirty Deeds Done Dirty cheap», «Hell Bells», etc , hicieron que voces de diferentes edades fueran una sola en un coro que celebró a todos los que estábamos ahí, por el rock y para el rock: For those about to rock (We salute you).