Por Jergas
‘Será un viaje del que te costará regresar.’ Pensé mientras veía cómo los últimos colores del atardecer iban poco a poco desapareciendo en Castillos del Mar.
Fue mi primera vez en All My Friends, me gusta pensar que justamente por eso estas palabras que leerán a continuación narrarán con un cariño y detalle especial lo que viví en Rosarito. No hay nada como las primeras impresiones para enamorar, ¿cierto?
Qué bueno que están de acuerdo conmigo. Comencemos.
Lo primero que hay que decir de este festival es que hace honor al nombre, debo decir que cuando escuché “All My Friends” no entendí del todo el por qué. No parecía que fuera el título perfecto para un festival de música, eso fue en lo que me equivoqué.
AMF es ese viaje que planeas durante semanas con tus amigos. La parrillada en la azotea. Una noche de baile entre carcajadas. Esa nueva chica en tu vida. La cerveza que se acaba de convertir en tu favorita. La canción que no puedes dejar de repetir. La sensación de abrirte camino entre las olas. Un festival de música y mucho más.
El escenario principal se encuentra a escasos pasos del oleaje, detrás de sí se puede ver una pequeña colina con casas recibiendo el sol sobre sus cristales y algunos vecinos asomándose al balcón para ver lo que está por suceder.
Sobre esa misma colina y frente al escenario se encuentra el Hotel Castillos del Mar, sede del festival desde hace un año, adornado por el lindo jardín donde encontramos el escenario secundario.
Este jardín es donde mejor se puede disfrutar de la brisa del Pacífico, y las actividades que el festival ofrece: un mercado de productores locales, entre ellos una compañía familiar de quesos, vendedores de botánica, fabricantes de textiles y un artista del tatuaje. También está el comedor al aire libre donde chefs van sirviendo su obras culinarias, todos ellos talentos que brillan en el cartel de AMF.
Justo hablando del cartel, en lo musical me gustaría nombrar a mis actos favoritos:
The Mud Howlers: Si por alguna razón The Black Keys reencarnaran en una banda mexicana, entonces serían The Mud Howlers, cuarteto de Hermosillo. Ellos traían las llaves del AMF y lo hicieron muy bien a pesar del poco aforo que había en el momento.
424: Costarricenses que se están consolidando como uno de los mejores grupos independientes de pop latinoamericano. Gran sonido que logran en el escenario, fino, limpio y certero, resultado sin duda alguna de la labor de ensayo. Les tocó ser el segundo grupo en el escenario principal, me hubiera gustado verlos al atardecer.
Protistas: Ellos mismos se definieron en el escenario como una banda de música para tristear en la playa, lo probraron cuando “Hospital Salvador”, su más reciente sencillo apareció en la selección.
Princess Nokia: Sinceramente no la conocía y ahora no puedo quitarme de la mente esos pasos de baile que hacían sacudir su melena rizada. El escenario no pudo ser mejor para disfrutar de los sonidos latinos que la productora de Harlem despachaba, y que además aprovechó para declararse fan aguerrida de Game of Thrones; del legendario programa de cultura y música negra, Soul Train; y hasta de Ximena Sariñana (hubo cover al tema de “Amarte Duele”).
San Pedro el Cortez: Suenan terrible. Oxidados. Sin tener consideración por los estándares de la acústica. ROMPEMADRES, pues. Tenía muchas ganas de ver a estos regiomontanos y me voy contento, sabía que iban a salir a machetear al público con ruido e irreverencia. Esa gente que dice que en México ya no hay “rock” (¿qué es “rock”?) me da risa, ya dejen de esperar al siguiente Black Sabbath y pónganse a escuchar a San Pedro El Cortez. Inadaptados.
Fax: Es un chingón. Y la verdad no tiene el renombre que se ha merecido con ya bastantes años representando honrosamente a la electrónica mexicana. Estuvo en el escenario del jardín cuando el sol se aferraba a seguir calentando el festival, lástima que no lo pudo ver haciéndonos bailar.
King Tuff: ¿Es necesario describirles a este trío gestado en el garage mugroso de alguna residencia de culto al Diablo, donde decidieron cambiar el aceite en esas garrafas de a galón por LSD, ya que la ouija que les ayuda a tener línea directa con Marc Bolan se sentía solitaria? Eso creí.
White Hills: Menos mal tenemos el puesto de quesos orgánicos a unos pasos para recordarnos la buena onda porque si no ya estaríamos recitando el “Padre Nuestro” en reversa. Dios guarde la hora. Psicodelia y oscuridad se fueron poco a poco apostando sobre el AMF cuando este dúo neoyorquino decidió recetarnos una dosis de su música.
La Femme: Cerrando el escenario principal, uno de los actos más esperados de AMF apareció reuniendo al mayor aforo hasta el momento. Nos pusieron a bailar con su a-go-go, folk y ese toque sensual que Serge Gainsbourg convirtió en bandera.
Esperen, sólo me falta darle su espacio indispensable y necesario a la oferta gastronómica, fui a la zona de foodtrucks y después de dar una repasada por las ofertas que incluían mariscos, tallarines, cortes de carne, vino y cerveza, me incliné por probar una hamburguesa de pulpo ahumado de Máquina 65 (¿ustedes se hubieran resistido al título?) que simplemente puedo reseñar con este consejo: no se vayan de esta vida sin darle una mordida.
La bebida fue provista por una compañía local de cervezas llamada Mecánica Cervecera, elegí la Cream Ale, que por si fueran pocas sus virtudes además se autodescribe: suave, ligera y cremosa.
‘Al aeropuerto.’ Le digo a mi taxista pero en realidad lo único que quisiera es bajarme del auto y regresar a la playa de Rosarito. Ir a All My Friends es un viaje del que cuesta regresar, tal vez ese es su verdadero precio. El lado positivo es que no lo pensaré dos veces antes de planear una segunda expedición el siguiente año.
Si no me encuentran, ya saben dónde estaré.